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Los Duros Del Maratón


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Resumen del Libro

Los ojos del campesino Agapito se tornaron vidriosos al enterarse de la trastada de su hijo Germán, quien lo dejó solo en un campo de naranjas y se escapó a la ciudad. Mostró enojo aquella tarde, aunque en lo más adentro de su pecho el hombre rural sintió orgullo por el carácter cerrero de su chico que apostó por una causa perdida, ser campeón de atletismo a pesar de su corta estatura. Por aquel tiempo, mitad de los años 80’s del siglo XX, en Santa María del Rayón, Estado de México, un señor llamado Toribio se sacudió el sudor perlado de su cuello, llamó arrogante a su hijo Dionicio y lo echó de la casa antes de haber alcanzado la mayoría de edad. Le dijo iluso y se mofó cuando el joven habló de la existencia de los milagros y de una vida luminosa en la que él era el mejor maratonista del mundo y salía en las portadas de los diarios. La historia en el norte del país también fue de apuesta a una quimera. Para el adolescente Andrés, de Monclova, el concepto de felicidad se reducía a ganar un trofeo tan bonito como el de un amigo suyo vencedor en un concurso de oratoria. Después de fracasar en el beisbol y el futbol, apostó en las carreras de larga distancia. Y sucedió el prodigio. Germán Silva reinó dos veces en el maratón de Nueva York, Dionicio Cerón, tres en el de Londres, y Andrés Espinosa, una en el de la Gran Manzana y acabó segundo en Boston. Fueron ellos tres de las cabezas de una generación de jóvenes mexicanos salidos de la pobreza que sin recursos le entregaron sus mejores años a las carreras de larga distancia sin saber que estaban destinados a la más mística de todas, la de los cuarenta y dos kilómetros y 195 metros, surgida en honor a Filípides, un valeroso soldado griego. Basta un click en la red para ver cuando Silva ganó el maratón de Nueva York de 1994 después de desviarse del trayecto, sin embargo pocos saben que durante su vida este hombre perdió el camino o tuvo distracciones en por lo menos tres…


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