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El Último Ajiaco


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Resumen del Libro

En el ajiaco, nuestro plato nacional, todo se mezcla y libera lo mejor de su sabor y sus aromas. Lo dulce y lo salado se toquetean y se abrazan cuando el fuego los aprieta, el ácido del limón, atempera los excesos para que caldo no se negree demasiado. Todo junto pero no revuelto. Quinta esencia de la mescolanza que somos. Ajiaco y no caldosa porque el primero es una creación colectiva y enriquecedora y la segunda son las sobras y el mal gusto. Después de más de veinte años fuera de la Isla, Emilio Suri Quesada y yo, sabedores de que la vida y la muerte se intercambian las bragas antes de robarnos el tiempo y la existencia, no queremos morir en tierra extraña. Ambos sabemos que es una idiotez pero así somos. Nosotros, después de haber copulado con la vida y con la muerte tenemos hambre de Cuba, es decir ganas de comer ajiaco y para ello, una vez más, nos volveremos a jugar el pellejo. Queremos y tenemos la necesidad de degustarlo como un acto de fe, como si fuera la hostia bendita. Nosotros, después de pasar balance a nuestras vidas, hemos llegado a la conclusión que vamos a regresar a lo nuestro sin que nadie tenga que autorizarlo y sin que nadie pueda prohibirlo. Cuba, como escribió una poeta, es una isla de exilios y destierros y nosotros dos estamos decididos a terminar con nuestro exilio y con nuestro destierro. Sabemos, lo olemos, que hay miles de cubanos que quisieran hacer lo que nosotros, pero no se atreven. Después que uno saborea poder ir donde le plazca y hablar lo que piensa es más difícil regresar que irse. Surí Quesada repite que si es una locura irse, regresar es una doble locura porque el exilio de afuera frustra menos que el exilio de adentro. Como cubanos estamos cansados de pensar y, sobre todo, de no querer pensar porque se nos funde el cerebro y todo, aparentemente, sigue igual. Si nos reciben a balazos o nos acusan de agentes enemigos, allá ellos. Nosotros lo único que queremos es comernos en la Isla nuestro ajiaco y…


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