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Resumen del Libro
Efraín Bartolomé, en su escritura, arranca chispas a su paso, con la firmeza de un látigo, con los destellos imborrables de una reata mojada. Expresión-exhalación que se escucha a galope (agarrando camino, partiendo siempre hacia lo desconocido). Hija de un ímpetu que no es otro que la necesidad inaplazable de tocar –como él mismo dice– la fuente del rayo. Imagen que a mis ojos se corresponde con aquella que en sus días relampagueara el medium surrealista Robert Danos: »No aceptaré sino sólo aquel beso al que aspiro», o con la canción goliarda donde relumbra el verso: «Sólo el besarte me permitirá seguir vivo. O todo o nada», como lo espeta sin vacilaciones Unamuno en «En el fondo del Abismo»: capítulo VI de El sentimiento trágico de la vida. Y no es otra la huella, el impacto, el tono, el color, el carácter que sostienen el duro y sensible volumen, el cuerpo y la vocación de la poesía de Bartolomé, nativo de Ocosingo, psicoterapeuta de sí mismo, para quien toda sensación es un descubrimiento, y un poema sólo es posible esculpirlo desnudo, hirviente, como humana flor, con la belleza quemando por dentro. Nitidez es… NETEZ Lo mismo en la fiesta del lenguaje que en aquellas otras donde se vibra al contagio del baile y la marimba, este hijo del trópico finca su fuerza en el diario latir de lo imprevisto, maleza que cruza blandiendo corazón y alma. «Rabioso uno/ electrizada la otra». «Sin escatimar trayecto/ túnel/ ocaso/ mirador/ sangre/ clorofila/ mordeduras/ gritos/ cantos/ sobresaltos/ con tal de volver al Paraíso», delirio quizás imposible de alcanzar pero que, como pico de hacha herido, le sirve de linterna. Bajo la tempestad, al ritmo de la temperatura del Deseo. El cerebro repleto de llamas. Dondequiera que la vida transcurra: envés de mi alma. ¡Toou, mon, toou! ¡Tjaka! ¡Jeyyy! Mario Santiago Papasquiaro